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La resistencia de Kiev frustra los embates rusos

Asediada desde febrero de 2022, el ejército invasor no ha logrado conquistar esta ciudad

Texto de Pascal Beltrán del Río.


Regreso a este país, donde estuve muy al principio de la invasión rusa.


Dos años y medio después, la capital sigue en pie. Ha habido, sí, unos 40 ataques con misiles y drones –muchos de los cuales han sido repelidos por las defensas antiaéreas–, como la que ocurrió la noche del sábado pasado, pero el objetivo de capturar Kiev sigue siendo una gran frustración para Rusia.


Aquella vez, en febrero y marzo de 2022, no conseguí llegar hasta acá. Los traslados desde el oeste del país eran imposibles, así que me concentré en relatar la historia de los refugiados que llegaban por oleadas a Leópolis, la ciudad que tomé como base para reportear.


Lo primero que hago al llegar a Kiev es salir a caminar. Hay que hacerlo rápido, pues a las 12 de la noche comienza el toque de queda, que dura hasta las 5 de la mañana. De todos modos, las calles están casi desiertas. La ciudad está en penumbra. El único inmueble que encuentro iluminado en su totalidad es la bellísima Catedral de San Nicolás, un templo neogótico de finales del siglo XIX. Su fachada sobresale en la oscuridad de los alrededores.


Aunque los ucranianos han tenido la resiliencia de continuar con sus vidas y no dejarse abrumar por la amenaza de los misiles del agresor, no hay manera de no percibir que éste es un país en guerra.


El recorrido para llegar aquí comienza en Varsovia, la madrugada del domingo. Por razones obvias, no se puede llegar a Ucrania en vuelo comercial. Desde el occidente, hay que hacerlo por tierra, desde alguno de los países vecinos.


Nos esperan más de 800 kilómetros de camino. Aproximadamente, la distancia entre la Ciudad de México y Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.


Atravesaremos una región plana, marcada, a lo largo de los últimos 800 años, por la tragedia de los conflictos armados, desde la invasión mongola del siglo XIII hasta la invasión rusa actual.


Cada ciudad que toca la carretera, tanto en Polonia como en Ucrania, tiene al menos una historia terrible que contar, pero también se ha levantado de cada una de ellas. Por eso, esa cinta asfáltica es una cicatriz en el corazón de Europa.


Varsovia, la que engaña a simple vista —porque es una ciudad completamente reconstruida cuyos edificios históricos parecen haber estado allí siempre— se va quedando atrás. Además de arrasar la capital, los nazis asesinaron a más de cinco millones de polacos durante la Segunda Guerra Mundial.


Dos horas después, viajando hacia la frontera ucraniana, uno llega a Lublin, cuya primera aparición en los registros históricos data del año 1198. Su posición estratégica, entre Vilna y Cracovia, la hacía blanco frecuente de la destrucción y el saqueo.


Éste fue uno de los centros más importantes del judaísmo en Europa, desde el siglo XVI hasta el Holocausto. Situación común de muchas ciudades de esta región, Lublin fue parte de una sucesión de imperios, como el austriaco y el ruso. Durante un lapso breve, durante el periodo de entreguerras, se encontró como integrante de la Segunda República Polaca.


Durante la ocupación alemana, fue sede de la Operación Reinhard, el plan nazi para exterminar a los judíos polacos. Los de Lublin fueron reubicados en un gueto y posteriormente asesinados en el campo de concentración Majdanek, a las afueras de la ciudad.


Más adelante, se pasa por Zamosc, población renacentista que también cambió de manos varias veces entre los siglos XVIII y XX a causa de los conflictos militares. Fue austriaca, alemana y rusa antes de quedar definitivamente en Polonia.


Debido a su fértil tierra negra, fue elegida por los nazis para hacerla su colonia. Los invasores alemanes desplazaron a unos 60 mil habitantes para asentar allí a 8 mil personas germanoparlantes. Himmlerstadt, la rebautizaron, en honor de Heinrich Himmler, el jefe de las temidas SS.


Paralelamente, unos 30 mil niños polacos fueron separados de sus padres –quien fueron asesinados o esclavizados– y entregados a familias alemanas recién instaladas a fin de que fueran germanizados.


El río Pug marca la frontera entre Polonia y Ucrania. Uno la cruza entre estrictas medidas de seguridad, primero para salir de un país y luego para entrar en el otro.


Ustyluh es el primer pueblo ucraniano que aparece. El primer documento que lo menciona data del año 1150, aunque nada queda de su etapa original, pues fue destruida por la invasión mongola de 1240. Reconstruida por el Gran Ducado de Lituania a mediados del siglo XVII, fue bombardeada por los nazis en 1941, con lo que terminó cualquier esplendor. Sin embargo, aún se recuerda que el compositor Ígor Stravinski tenía allí una casa de verano, que hoy es atracción turística.


Volodímir, la ciudad que lleva el nombre del príncipe que cristianizó el Rus de Kiev, el primer Estado eslavo –y de quien proviene el nombre de los actuales presidentes de Ucrania y Rusia—es una de las más antiguas de la región, pues se le menciona en un documento del año 884.


Fue disputada por polacos, lituanos, rusos y ucranianos, entre los siglos XIV y XX. Cerca de allí ocurrió la batalla de Wlodzimierz, una de las páginas más brillantes de la historia de Polonia, cuando las fuerzas independentistas de Tadeusz Kosciuszko derrotaron a un muy superior ejército ruso, el 17 de julio de 1792.


Hoy puede uno parar allí en un restaurante tradicional ucraniano y comerse una sopa solyanka, con pollo, tocino y crema ácida, y un pans’kyi derun, un pan de papa y huevo relleno de champiñones y gratinado con queso. Así se puede reponer de las siete horas que hasta entonces ha durado el trayecto.


Siguiendo por la carretera 22 rumbo al este –entre los trigales y el cielo azul que inspiraron la bandera ucraniana– pasa uno por Vinnytsia, una de las primeras ciudades del este de Ucrania en ser atacadas con misiles rusos luego de la invasión del 24 de febrero de 2022.


En los años 30 y 40 del siglo pasado fue escena de masacres durante las purgas del estalinismo y, posteriormente, del Holocausto nazi. Allí se construyó una base aérea soviética durante la Guerra Fría, misma que fue bombardea hace dos años.


Lutsk, una de las ciudades más antiguas de Ucrania, ha sido destruida varias veces a lo largo de la historia, la primera por los tártaros en 1240. Durante la Primera Guerra Mundial fue capturada por el Imperio Austrohúngaro y liberada a sangre y fuego por los rusos en junio de 1916.


En la Segunda Guerra Mundial fue anexada por la Unión Soviética, luego de que Berlín y Moscú se repartieran Polonia. Los rusos desmantelaron las fábricas locales y se las llevaron al este. Unos 7 mil habitantes fueron deportados en trenes de ganado a Kazajistán, y la policía secreta soviética asesinó a centenares de polacos antes de que Lutsk cayera en manos de los nazis.


En Rivne, la siguiente ciudad de importancia, los nazis se llevaron a 23 mil judíos para asesinarlos en un pinar cercano, en un lapso de apenas tres días, entre el 6 y el 8 de noviembre de 1941. Para que a los soldados alemanes no se les bajara la moral, Berlín les envió al conocido actor alemán Olaf Bach para entretenerlos. Otros cinco mil judíos fueron enviados 70 kilómetros al norte, donde les dieron muerte.


En Yítomir, a 170 kilómetros de Kiev, la fecha de fundación de la ciudad, en el año 884, está tallada en una piedra de la colina donde se asentó. Un cuarto de milenio más tarde, fue arrasada por las hordas mongolas de Batú Kan, nieto de Gengis Kan.


De ahí salieron las fuerzas de la 95 Brigada de Asalto Aéreo del ejército ucraniano que logró uno de los mayores éxitos contra los invasores en el primer día de las hostilidades, pues fueron las que impidieron que las fuerzas de élite rusas, la VDV, tomaran control del aeropuerto de Hostomel, acción sin la cual es posible que la capital hubiese caído.


Y así llegamos a Kiev, en la noche. La ciudad capital del Rus medieval, que dio el nombre a Rusia, fundada 600 años antes que Moscú. La ciudad destruida por los mongoles y por los nazis, que logró recuperarse y reconstruirse, y hoy enfrenta un asedio más, por parte de los invasores rusos.


Regreso de dar mi caminata nocturna por Kiev, para relajar el cuerpo después de 14 horas y media de viaje desde Varsovia, y cuando estoy escribiendo estas líneas, suena la alerta de ataque aéreo. Todos, a los refugios, pero con orden, sin caos, como parte de una rutina de una ciudad que ha sabido convivir con el conflicto a lo largo de su historia y siempre se ha sobrepuesto.


Después de unos minutos, la app Kyiv Digital informa que se conjuró el peligro y terminó la alerta número mil 246, en 927 días que lleva la guerra, más de uno al día. Hasta ayer, los habitantes de esta ciudad habían pasado –agrega—mil 363 horas y 16 minutos en los refugios. Sí, a ratos puede parecer que la vida sigue en Ucrania, pero siempre están los signos inconfundibles de la invasión.


Excélsior

09//09//2024 

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