Héctor Zagal

Héctor Zagal

Comprimidos del Dr. Zagal

Twitter: @hzagal |

Recuerdos de besos… de coco

“El que hambre tiene en pan piensa”. De niño, una de las cosas que más me gustaban era ir a la panadería. Me encantaba acompañar a mi abuela a comprar el pan para la merienda. Había dos panaderías por el rumbo de mi casa. Las dos eran de españoles. El lugar era un alarde de sabores y olores: conchas, mantecadas, cubiletes, chilindrinas, campechanas, rosquitas de manteca, huesitos, banderillas, besos de coco, cocoles de anís, marranitos de piloncillo…

El pan lo entregaban, por supuesto, en bolsa de papel de estraza, porque el plástico lo aguada.

En mi familia, todos teníamos derecho a una pieza de pan dulce y una de sal, usualmente, un bolillo, que comíamos con frijoles refritos en la cena, antes del pan de dulce con chocolate.

 “El día más triste es el que se pasa sin pan”, y gracias a Dios, nunca pasamos hambre en mi casa. Aunque, eso sí, no podíamos comprar del pan caro: los panes con chochitos de colores y las soletas. Las soletas de panadería, muy diferentes de las de caja, eran exquisitas. Venían pegadas en un papel engrasado, donde se había horneado. Eran deliciosas, esponjosas, delicadas, se deshacían en la lengua. Pues, aunque no lo crean, algunos de mis alumnos no las conocen. ¿Ustedes sí?

Los españoles trajeron el trigo a esta tierra. Muy pronto se aclimató el cereal y los novohispanos hicieron maravillas con él. No conozco otra parte del mundo que tenga una bizcochería tan variada como la mexicana. ¿Les cuento algo? Me deprimen un poco todos esos cafecitos afrancesados o estadounidenses donde lo único que te ofrecen son croissants, muffins y donas. ¡Con la variedad de panes que tenemos en México!

Aunque les debo confesar algo. De chico, siempre me gustaron más las donas de las franquicias estadounidenses, con ese típico olor a grasa y con cubiertas multicolores. Las donas de las panaderías, más grandes y menos redondas, no eran mis preferidas. Cuestión de gustos.

Sapere aude ¡Atrévete a saber!