Suena exagerado, pero todavía en el siglo XIX la mujer no tenía de otra: se casaba o era monja. Por eso, tan sólo en la Ciudad de México, existían 20 conventos de religiosos y 21 de religiosas. De ahí que las Leyes de Reforma, en el mandato juarista, y con el paso de los años, quedaran destinados a ser demolidos, pero muchos a ser hospitales, asilos, hoteles, restaurantes, bodegas, vecindades, estacionamientos o locales comerciales.
Los conventos de San Francisco y el de Santo Domingo eran los más grandes de la capital. El primero tenía su entrada principal en la entonces avenida San Juan de Letrán, hoy Eje Central Lázaro Cárdenas, donde ahora está la Torre Latinoamericana. Actualmente, sólo queda en pie parte del inmueble, por Madero, frente al Sanborns de los Azulejos.
El de Santo Domingo también fue víctima de la piqueta. Allí, sobre la calle República de Brasil se encontraron osarios de numerosos religiosos dominicos, de otros sacerdotes e incluso 13 momias, entre ellas, la de fray Servando Teresa de Mier. En su momento se especuló que muchos de los emparedados habían sido ejecutados por la Inquisición.
Cabe mencionar que el movimiento de la Reforma, que dispuso enajenar los bienes religiosos, dejó en pie algunos conventos como el de Regina y el de San Jerónimo, pero en 1863, por la invasión francesa, fueron exclaustrados todos los religiosos.
Pero hubo una excepción en este decreto: las Hermanas de la Caridad, “por consagrarse al servicio de la humanidad doliente”, según cuenta el historiador Jesús Galindo y Villa. Su edificio estaba en la esquina de Mina y Santa María la Redonda. Sin embargo, fue demolido y las “benéficas abnegadas mujeres” fueron expulsadas, en 1874.