Álvaro Cueva

Álvaro Cueva

Frente a la Tele

Correo: alvaro@alvarocueva.com |

El maleficio

Me emociona mucho ver El maleficio, todas las noches, en Las Estrellas.

¿Por qué? Porque a mí me tocó el fenómeno de 1983 y remueve mi nostalgia.

Por si esto no fuera suficiente, todo el tiempo se le está haciendo un homenaje al productor original de esta joya, el inmenso don Ernesto Alonso, y eso se me hace precioso.

Pero lo más bello aquí es que El maleficio le está mandando un mensaje a las nuevas generaciones que rechazan la palabra “telenovelas”. Suponen que son subproductos de cuarta, cuando, en realidad, se trata de las más grandes aportaciones culturales de México al mundo.

El maleficio no es la historia de una “Cenicienta”, una propuesta didáctica, como La rosa de Guadalupe, ni un muy respetable ejercicio popular, tipo Golpe de suerte.

Es un melodrama de terror. ¿Se da cuenta de lo que le estoy diciendo? Aquí se habla de Dios, del diablo, como en los mejores tiempos de El exorcista, La profecía y las primeras novelas de Stephen King.

Además, se mete con algunos de los más escabrosos temas de actualidad: las sectas, el fanatismo y las luchas de poder.

Perdón, pero esto es de una valentía admirable que se suma a la belleza de una superproducción con locaciones en Ciudad del Vaticano, España y Estados Unidos.

Definitivamente, estamos hablando de algo grande, tanto que representa el regreso de Fernando Colunga a la pantalla chica nacional, la participación especial de Jacqueline Andere, quien estuvo en la propuesta de hace 40 años, más un reparto de pura primera figura.

Desde una Marlene Favela, que está sensacional, hasta una Sofía Castro, cuya carrera no volverá a ser la misma, y muchos de los mejores actores de México, como Rafael Inclán, Alejandro Calva y Eugenio Cobo.

¿Ahora entiende mi emoción? Esta es una oportunidad perfecta para reunir a la familia, para que los mayores conversemos con los jóvenes de nuestros recuerdos, para que los chiquitos aprecien la grandeza de nuestra televisión. No se la pierda.