Ulises, el héroe mítico griego de la Odisea de Homero, es famoso por sus gestas militares y viajes constantes. De ahí que al síndrome de duelo crónico del migrante se le dio este nombre tan literario, pero en pocos momentos de la historia es tan actual como en los últimos años de la humanidad.
La globalización acelerada, los múltiples conflictos bélicos y sociales, así como las condiciones socioeconómicas desfavorables, han hecho la combinación perfecta para presentar fenómenos incrementados de desplazamiento de grandes poblaciones a otros países, donde buscan resolver sus problemas de origen.
A pesar de cómo lo plantemos, viajar para salvarse de un mal mayor no exime a la persona de enfrentar una diversidad de estresores derivados que se convierten en un problema para la salud emocional del migrante.
Las pérdidas de familiares y seres queridos, la cultura, el nivel social, el arraigo, la sensación de pertenencia, sumados a los retos innumerables de adaptación al nuevo lugar de residencia, social y de trabajo, son grandes generadores de síntomas de tipo ansioso y depresivo. Incluso producen cuadros similares al trastorno por estrés postraumático asociado a este cambio tan drástico.
Por este problema tan complejo, los expertos en salud mental han tenido que crear estrategias de detección, medición de síntomas, diagnósticos oportunos y modelos de tratamiento que se puedan adaptar rápidamente a las condiciones de vida de estas poblaciones susceptibles.
No son tan simples como una revisión médica, sino programas de seguimiento mientras se van moviendo a su destino final, pero que puedan generar claves rápidas de solución y mantenimiento de las condiciones mínimas donde la salud mental puede ser favorecida y promovida para individuos, familias y grupos afectados.
*Psiquiatra. Director Cisne México.