Ya estamos en otoño. Las noches se alargan y, aunque aún se sienten los últimos coletazos de calor, el final de la temporada de lluvias en el centro y sur de México está cerca. Este año, las lluvias fueron generosas, aunque tristemente, en algunas regiones del norte del país, no resultó suficiente.
En el centro de México, muchos recuerdan el “cordonazo de San Francisco”. Mi abuela utilizaba esa expresión popular que va cayendo en desuso. Alude al cinturón del hábito de los franciscanos; originalmente era una cuerda, un mecate, diríamos en México, un símbolo de pobreza.
El cordonazo es el último aguacero fuerte del año, que cae alrededor del 4 de octubre, fiesta de San Francisco de Asís. Un regalo de lluvia antes de la sequía.
Pero, ¿quién fue San Francisco? Fue un aristócrata medieval que abandonó su vida de lujos para elegir la pobreza. Amante de la naturaleza, veía a todas las criaturas de Dios como parte de su familia: hermano sol, hermana luna… La tradición lo pinta predicando a los pájaros y apaciguando a un feroz lobo. Por ello, en muchos templos católicos se bendice a los animales cada 4 de octubre.
La huella de los franciscanos en México se advierte en la toponimia de ciudades, pueblos y barrios: San Francisco de Campeche, San Francisco del Rincón, San Francisco Tetlanohca… Después de la expulsión de los jesuitas, en 1767, los franciscanos continuaron la labor misional en el noroeste de la Nueva España y fundaron 21 misiones en la Alta California. No es casualidad que San Franciso California lleve ese nombre.
La próxima vez que caiga un buen chaparrón en estas fechas, recordemos que muchas tradiciones son conocimiento popular acumulado, una forma sencilla y poética de entender el mundo. Y así, el clima nos recuerda que, a veces, las historias son la mejor manera de contar lo que sucede en la naturaleza.