Crisis de partidos

La vida en los sistemas políticos de Occidente está comenzando a reconocer la existencia de una grave crisis en su organización: en la derecha y en la izquierda, los partidos, como canales de cohesión y participación de la sociedad, están colapsados y prevalece el ciclo de los liderazgos personales populistas.

El presidente Lázaro Cárdenas transformó el Partido Nacional Revolucionario, que era de élites, en uno de masas organizadas, como Partido de la Revolución Mexicana. Se creó así un corporativismo de clases productivas que son las que definen los equilibrios ideológicos. Pero la última expresión corporativa del PRI fue en 2000, cuando las masas obreras y campesinas dejaron de votar como entidades articuladas.

Los partidos políticos, como lo estamos percibiendo ahora mismo en México, han dejado de representar intereses de clase, planteamientos ideológicos o canales de participación popular y se han convertido en meras agencias de colocaciones de políticos profesionales que ya no pasan por las masas, las clases o los grupos sociales y sólo se mueven en función de los intereses oligárquicos de sus dirigentes.

Las bases militantes del PRI, PAN y PRD no alcanzan para competirle a la organización popular de Morena, que dirige el presidente López Obrador. Los partidos han dejado ya de representar algún proyecto ideológico, económico y de clase y son solamente estructuras que acarrean votos hacia las urnas, sin mayor compromiso social.

La desarticulación de los partidos ha sido producto de la decreciente participación social en asuntos públicos y los escudos partidistas nada más existen en las boletas electorales. Dejan la definición de proyectos a los liderazgos personalistas de cada formación.

Sin partidos políticos, los sistemas de gobierno han regresado a la individualización del poder en personas y no en proyectos, menos en ideas.