La modernidad, asentada a los pies de un cerro con forma de silla, nos aleja de las raíces de una de las ciudades más prósperas de Latinoamérica: Monterrey, que aún conserva las calles empedradas que alegran el paseo de los visitantes. El lugar no es tan semejante al de otras urbes mexicanas. Su catedral, la Macroplaza y casonas brillan radiantes en el atardecer.
Alma bohemia, amor al arte, tendencias gastronómicas, atmósferas nacientes, recuerdos de antaño son algunos de los rasgos del hermoso barrio antiguo de la Sultana del Norte. La ciudad, en sus inicios, nació justo alrededor de un creciente ojo de agua que brindaba las condiciones necesarias para la ganadería y agricultura. Ahí, los conquistadores levantaron obras arquitectónicas para las familias prominentes.
El perímetro del barrio es de una docena de cuadras, perfecto para recorrerlo a pie. El paseo puede iniciarse, por ejemplo, en Padre Mier. A partir de ahí, todas las calles son empedradas y flanqueadas por bellas casonas de los siglos XVIII y XIX.
En esta misma vía llama la atención la Casa de los Títeres con su nutrida colección de estos, procedentes de todo el mundo, además de un pequeño teatro donde se realizan presentaciones de títeres de sombra, de guante, bocones y teatro negro. También, es imperdible admirar la catedral con sus más de 200 años de historia que combinan el estilo barroco y el neoclásico.
Los domingos culturales, con una rica machaca o un cabrito para llenarse de energía, le harán sentir que el tiempo no pasa (y tampoco querrá que suceda). ¡Vaya y disfrute la belleza de Monterrey!