La lucha libre es mucho más que un deporte y espectáculo, es un fenómeno social que atrae multitudes y, al mismo tiempo, es parte muy importante del folclore y la cultura de México.
Desde hace cinco años, la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México la considera patrimonio intangible, popular y cultural.
Los luchadores mexicanos son respetados y admirados en todo el mundo, han creado un estilo que los distingue, con técnica depurada y amplia variedad de llaves para atacar y someter a sus rivales en la lona.
Sus espectaculares acrobacias en el aire, talento, capacidad combativa y valentía les han dado enorme prestigio mundial. Por eso, se considera a la lucha libre de nuestro país como la mejor del orbe.
Muchos luchadores mexicanos utilizan máscara para ocultar su identidad y crear personajes enigmáticos, héroes en el ring, que atraen a los aficionados. Su originalidad, colores llamativos, tonalidades, múltiples diseños, algunos muy extravagantes, son su sello distintivo.
El Santo, Blue Demon, El Rayo de Jalisco, Tinieblas, Huracán Ramírez y Mil Máscaras son el mejor ejemplo de este misticismo e idolatría. Especialmente, destaca la trascendencia del primero que brilló durante cuatro décadas -de 1942 a 1982-, como el máximo ídolo del pancracio.
Un metro y 68 centímetros eran suficientes porque la figura de El Santo se agigantaba en el ring para vencer a sus oponentes. 70 kilos era su peso ideal porque el específico le permitía volar en el ring y desarrollar su técnica para someter y derrotar a sus rivales.
La trascendencia del Enmascarado de Plata rebasó el cuadrilátero y se extendió a los ámbitos de la industria editorial, el cine y la televisión. En 1952, apareció la historieta Santo, una aventura atómica, creada por José G. Cruz. Y en 1958 llegó al cine para filmar 53 películas.
Sí, la lucha libre es mucho más que un deporte y espectáculo.